“César Manrique, la conciencia del paisaje”
He
ido a visitar el 10 de enero de 2014, en el Centro de Arte La Regenta, la
exposición titulada: “César Manrique, la conciencia del paisaje”, comisariada
por Carmensa de la Hoz, amiga del artista.
Me
he quedado impresionada con la muestra, muy bien elegida, igualmente presentada,
novedosa e impactante emocionalmente. En ella se exhibe en una pared que forma
parte de un conjunto a modo de salón de estética sesentera, en la que se nos expone
su estancia en nueva York por un periodo de casi dos años; por medio de recortes
de periódicos, revistas de la época, cartas y anotaciones sobre sus trabajos y
vivencias diarias en dicho país, con la maravillosa conclusión de que a pesar
de codearse con la flor y nata de la ciudad, tanto intelectuales, sociales o
políticos, la llamada de su tierra era superior a la “superficialidad de ese
mundo de fiestas y presentaciones” (César Manrique, 1966). El amor por su
tierra canaria, le lleva a tomar la decisión de volver “a la sencillez de su
tierra y de sus gentes”, y así se lo hacía saber a su buen amigo el artista
Pepe Dámaso.
Además
de su obra físicamente expuesta, de la fotografía e impresionantes proyecciones
de las playas lanzaroteñas, o los retazos de una película documental sobre su
vida realizada en el año 2012. Nos permite al espectador interactuar y acceder
a información en la red sobre el artista, por medio de dispositivos móviles a través de los códigos
QR, con comentarios de la comisaria de la misma. Resulta muy interesante el uso
de las nuevas tecnologías en los museos.
Al
continuar en la exposición podemos acceder al César Manrique activista,
reivindicativo, que siente una necesidad imperiosa por el cuidado de su tierra,
que no fuera destruida su belleza por las moles de cemento de las arquitecturas
impersonales.
La
parte final de la mencionada exposición resulta extremadamente emotiva, donde
el espectador cual siguiendo el rastro de “baldosas amarillas”, en este caso
las letras blancas en el camino oscuro, llegamos a la sala blanca impoluta,
nívea, solamente roto por el color de su silla y de su mono de trabajo azul y
ambos salpicados con restos de pintura de diferentes colores. Nos encontramos aquí
con una abrumadora sensación de emoción y pena por la pérdida de tal enorme
talento, y donde el público presente en
la sala, sobrecogido, a sotto voce decía cuan diferente sería todo el paisaje
de la isla si César siguiera vivo.
Pero
nos quedamos con el mensaje último de positividad, realizado con un juego de
palabras en la puerta de salida, que esbozaba en los rostros de los asistentes
una sonrisa, allí se leía: “Sí hay salida”.